El loco no está enfermo

Cada vez que mencionemos a la locura, no utilizaremos la concepción “enfermedad mental”. Creemos que son muchas las causas de la locura pero no contamos entre ellas ningún factor químico o genético. Aceptar eso implicaría considerar que el loco está determinado como loco por su propio cerebro. La locura es ante todo un dispositivo político, cultural y semiológico que cada sociedad particular utiliza como herramienta de control sobre las normas de convivencia.

En la dimensión sociopolítica el teatro y la locura han sido compañeros en experiencias para la inclusión social de los locos. El teatro le devuelve al loco la dignidad y el respeto que el asilo le quitó. Aquí, en Argentina, esta lucha por los derechos humanos de los locos se conoce como el proceso de “Desmanicomialización”. Este proceso encuentra exponentes en la experiencia del “Frente de artistas del borda”, radio “La Colifata”, los congresos de “Derechos humanos y salud mental” organizadas por las Madres de Plaza de Mayo, la “Red Argentina de Arte y Salud Mental”. Al exponerse en la presentación teatral, el loco no sólo afirma su identidad sino que lo hace al mismo tiempo que muestra un saber y funciona en la sociedad. El manicomio pretende quitarle su identidad en el proceso químico de medicarlo, retirarlo de su función social y castrar su saber por considerarlo “peligroso para sí mismo o para terceros”.

Para hablar de teatro y locura, necesariamente debe pensarse la vida y obra de Antonin Artaud, quien fue internado los últimos 10 años de su vida en distintos hospitales psiquiátricos. Artaud siguió escribiendo poesía, ensayo y teatro, desde los hospicios; siendo “Para Terminar con el Juicio de Dios”, su último y uno de los más brillantes libros. En este caso particular llama la atención doblemente su obra por cuestionar al teatro psicológico que ante todo busca representar el texto en escena. Artaud por el contrario propone que la escena deberá ser un espacio donde se revelen verdades metafísicas, fuerzas y poderes invisibles. A diferencia del teatro realista, el teatro de la crueldad de Artaud sostiene que la verdadera escena no es verosímil a la realidad ordinaria sino verosímil a los sueños y las pesadillas. Por lo tanto las palabras sonarán extrañas y deformadas en lugar de claras y precisas como en el teatro de texto(1).
Muchos directores de Teatro fueron inspirados por la obra de Antonin Artaud, tales como Jerzy Grotowsky, Peter Brook, y Eugenio Barba. El actor, dramaturgo y director argentino Juan Carlos Gené sostiene que son cuatro los grandes maestros del Teatro: Constantin Stanislavski, Antonin Artaud, Bertold Brecht y Jerzy Grotowsky(2).

Hace más de 2500 años, en Grecia, antes de que el teatro fuera tomado como actividad política para que el ciudadano realice Katarsis, el teatro significaba una profunda verdad psicológica. Hoy día ir al teatro a ver verdades mitológicas, es un absurdo. El teatro que soñó Artaud pretende crear nuevas verdades mitológicas y descubrirse más verdadero que la realidad misma.
La palabra del loco no representa los significados del cuerdo, representa otros significados que la moral burguesa condena. Michel Foucault(3) sueña con un futuro posible: “Quizá llegue un día en que no se sepa bien lo que ha podido ser la locura… Artaud pertenecerá al suelo de nuestro idioma, y no a su ruptura; las neurosis a las formas constitutivas (y no a las desviaciones) de nuestra sociedad. Todo lo que hoy sentimos sobre el modo del límite o de la extrañeza, o de lo insoportable, se habrá reunido con la serenidad de lo positivo.”







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