En historia de Cronopios y de Famas, Cortazar nos mostró magistralmente que cuando subimos una escalera hay una cantidad de operaciones que realizamos casi maquinalmente, sin pensarlo. Subir una escalera está en el orden de las cosas, no lo cuestionamos demasiado y le prestamos poca atención. En las cosas sociales pasa algo similar, la educación, los medios de comunicación, la economía y la política, por mencionar algunos ejemplos, muchas veces las pensamos con la familiaridad y la osadía con que subimos una escalera. Cuando hablamos son pocas las veces que prestamos atención a las palabras que usamos. Sin embargo, el lenguaje y las formas del habla son objetos sociales, tienen una historia. La cultura se esconde y se asoma sin que lo percibamos cada vez que nos comunicamos. Hablamos con palabras, pensamos con palabras, conocemos el mundo con las palabras que lo nombran, insultamos con palabras, amamos con palabras, cuando morimos dejamos nuestras últimas palabras. El significado y el peso de las palabras nos trasciende, detrás del lenguaje hay sistemas de ideas; en última instancia, en el fondo de las palabras está la cultura de un pueblo, una Nación o un grupo. No está demás decir que en la interacción cotidiana el habla nos ubica en un espacio más extenso y complejo que el que nuestros ojos pueden escrutar de una mirada. Las formas que adquiere el habla nos sirven para identificarnos con nuestro grupo y clasificar a los “otros”. La identidad se juega también en el lenguaje. Muchas veces impugnamos a las personas por las maneras en que hablan o callan, podemos ser categóricos e impiadosos con los “otros”.
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