A lo largo de su existencia los diferentes gobiernos han “invertido” mucho tiempo -y dinero- para idear un método de coerción y coacción que no resulte tan obvio a los ojos de la gente, un método que logre instaurar en el inconciente colectivo la ideología de turno y que, de cierta forma, legitime un poco mas su poder sobre el pueblo. Se ha utilizado durante este arduo camino de búsqueda de un cáliz sagrado -llamado poder- innumerables técnicas y mecanismos, desde pomposas y extravagantes campañas políticas hasta las más inimaginables promesas de dólares y felicidad. Pero sin duda alguna, la técnica que mejor ha funcionado cuenta con actores tan sigilosos que resultan casi imperceptibles y, lógicamente, mucho mas efectivos.
Desde siempre el ser humano ha sentido la necesidad de vivir en sociedad, de crear organismos que regularicen su conducta y faciliten dicha vida social.
Con el paso del tiempo y la evolución de las ciudades el estado se fortaleció y comenzó a ocupar el lugar perteneciente a la religión, relegando a la Iglesia -que fue la primera institución de la historia en actuar como si fuese un estado- coordinando la vida en sociedad, sancionando leyes, encargándose de la economía y sobre todo, educando a un segundo plano, tomando de ella los tan efectivos métodos de dominación que la hicieron ama y señora de gran parte del mundo durante largos siglos y dándole lugar así a los Aparatos Ideológicos del Estado. En palabras de Louis Althusser, uno de los principales exponentes de la teoría, los AIE son un serie de instrumentos que siguen una línea que representa a éste, utilizando para ello diferentes instituciones reproductoras de la ideología oficial, la religión, la política, la familia, lo jurídico, entre otras, y de las cuales se destaca la educación, por tratarse de una formula masiva, progresiva y por ser, además, aquella que trabaja con los seres mas vulnerables con los que nos podemos encontrar: los que carecen de conocimiento.
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