Historia de una persona a la que el día no le alcanza

Suena el despertador a las seis de la mañana. Me levanto y mientras preparo el desayuno certifico la dirección marcada en el diario de ayer. Pienso: me tomo el bondi, luego el subte, y ya está, en una hora estoy ahí. Tendría que llegar puntual a la entrevista, parece ser una buena oportunidad.

Ya se hicieron las siete. Me cambio en un santiamén y decido partir. No he terminado de bajar las escaleras cuando oigo que comienza a sonar el teléfono. Apuro el paso y regreso a casa. Levanto el tubo y del otro lado: mamá, que por favor vaya enseguida a lo de la abuela que se descompuso, y que ninguno de mis hermanos está disponible. Lo mismo de siempre. Le digo que no puedo, que tengo una entrevista para un laburo y no puedo faltar. Me pide por favor que vaya, que está retrasada y me vuelve a repetir que mis hermanos no están, para hacerme sentir mal obviamente, logrando su cometido. Mamá suele tener la mala costumbre de siempre salirse con las suyas. A las puteadas salgo rápido para lo de la abuela, olvidándome del recorrido planeado anteriormente.

A las 8:30 llego a lo de mi abuela. Me cuenta que se siente un poco mareada pero que no es nada grave. Seguramente le cayó algo mal de lo que comió la noche anterior. Le digo que no se preocupe y mientras la recuesto en su mecedora y le alcanzo un vaso de agua, me suena el celular. Pedro, compañero de Semiótica, me avisa que el profe está justo en éste mismo momento firmando libretas y se queda en la facu una hora más solamente. Tendría que ir para allá urgente, es mi última oportunidad de engancharlo. Me aseguro que mi abuela esté bien y le digo que me tengo que ir, que se quede tranquila, que ya debe estar por caer mamá. Mucho no le gustó mi actitud, pero no tenía otra alternativa.

1 comentario:

cristina pass dijo...

Tenemos que aprender a educarnos en nuestro tiempo, para disfrutar la vida que realmente vale la pena!