Las máscaras de la anormalidad


Por Leandro Ibáñez

(La siguiente nota ha sido modificada para su publicación web. Para leerla completa, adquirí la edición impresa de PostaData en sus puntos de venta.)

La creación de la fotografía fue la consecuencia de una necesidad humana, la necesidad imperante de ganarle al tiempo. Sólo mediante fotos podemos ver el pasado. Pero cuando fotografiamos algo o alguien, estamos decidiendo qué cosas rescatamos del paso del tiempo y qué recuerdos queremos mantener vivos en nuestros álbumes. Lo que no se fotografía, se quiere olvidar, se quiere negar.
¿Pero qué sucede cuando lo que queremos negar es la otra mitad del mundo? Surgen fotógrafos como Diane Arbus. Fotógrafos que nos enfrentan con aquello que nos ocultan, con lo que negamos, con lo que nos duele.
Diane Arbus inició su vida en 1923 y puso fin a ella en 1971. Durante los últimos quince años de su vida, con su cámara volvió visible lo invisible; y como retratar es dignificar, revalorizó a todo un submundo que había vivido condenado a la ceguera social. Nacida y criada en Nueva York, Diane creció rodeada de belleza y protegida de un mundo ajeno al suyo, un mundo que no le era permitido mirar de frente. Ya adulta, esposa fiel, madre ideal, ciudadana ejemplar; algo se rompió dentro de ella y descubrió una fuerza mayor que la empujó al exterior, a deambular por el mundo que le habían ocultado. Abandonó el estudio fotográfico que compartía con su esposo, estudio donde retrataban hermosos rostros femeninos en acogedores ambientes y acompañados con finísimas pieles y vestidos, donde fotografiaban el sueño americano, la promesa permanente, la felicidad en sí misma. Dejó esa comodidad que durante tanto tiempo la sofocó y desde entonces su estudio fueron los parques y las calles, los manicomios y los circos, los suburbios ocultos y los campos nudistas.
En la obra de Arbus podemos encontrar enanos, gigantes, hermafroditas, mellizas, trillizas, mujeres barbudas, ancianos, enfermos mentales, enfermos físicos, nudistas y todo un vasto repertorio de seres humanos.
Nunca los fotografió de improvisto o a lo lejos, se relacionaba con cada uno de sus retratados y posaban delante de su cámara de la manera mas natural, sin penas pero tampoco con glorias, los retrataba de la misma manera en que retratamos a nuestros amigos íntimos, a nuestros hijos, a nuestros padres. Con la mirada siempre al frente y utilizando flash de relleno, sus modelos se diferenciaban del ambiente y sobresalían del entorno caótico.
El retrato fotográfico es un espejo de papel que nos revela tantos lados como seres humanos existan y nos enfrenta a nuestros más profundos miedos. Diane consiguió chantar en la cara de sus espectadores la locura, la vejez, la muerte, y preguntarles tácitamente si están preparados para ellas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por mostrar y publicar sobre hombres y mujeres que dejan huella y que dicen cosas que los demas no podemos, no sabemos decir, pero que sí sabemos que existen.
Tu contribución en la difusión de estos artistas colabora con los cambios que se necesitan para comprender tanta crueldad social de la que hemos participado. Cris Pass