El teatro como medio de conocimiento de la realidad y dos espectáculos que abordan la problemática de la inmigración desde nuevas perspectivas.
Por Cristian Palacios
Siempre he sostenido que el teatro, y el arte en general, son una forma de conocimiento, distinta de la ciencia o la religión. Creo que podemos aprender mucho del mundo mirando teatro, aunque nuestro aprendizaje no sea traducible a leyes y predicciones. El exceso de información, como se sabe, desinforma (confrontar el pasado conflicto “Campo vs. Gobierno”). Por el contrario, el arte posee la virtud de plantear preguntas y problemas y conmover de ese modo a la reflexión a largo plazo antes que a la toma de decisiones inmediatas.
Es el ejemplo de Los hijos de los hijos, espectáculo que Damián Dreizic e Inés Saavedra presentaron en una casa-teatro, desde el 2005 hasta el 2007, que se aferra a pequeños relatos e historias de inmigrantes para montar una semblanza sobre el desarraigo. También es el caso de Súper Crisol de Los Macocos que elaboraba una complicada comedia musical de tinte bizarro sobre alguno de los íconos de la última inmigración: el supermercado chino, el verdulero paraguayo, el rumano ciego, todos los chistes xenófobos habidos y por haber. En ambos espectáculos el gran leitmotiv es el trabajo. O podríamos decir mejor: el dinero y el trabajo.
No se sabe bien en qué momento del siglo pasado, las luchas sociales cambiaron su orientación y el enemigo dejó de ser el capital a secas para pasar a ser el capital extranjero. Fue el fracaso de la conciencia de clase, dado que un obrero argentino se sentía más cerca de un terrateniente argentino que de un obrero paraguayo. Para los recién llegados a principios del siglo XX a estas costas de América Latina, estaba claro que el enemigo seguía siendo el mismo que los castigaba con el flagelo del hambre en la lejana Europa, para los hijos de los hijos ya no quedaba tan claro y así muchos de los explotados pasaron a ser explotadores. Éste es el transito que desde el humor, transita el protagonista de Súper Crisol. En Los Hijos de los hijos es la resignación frente al fracaso, frente a un pasado familiar que se desdibuja, frente a la búsqueda de unas raíces que se tornan ilusorias.
No es la menor tragedia para el teatro nacional, que en el esfuerzo por destacar o diferenciarse, que en la confusión en que lo ha sumido una crítica pedante y estéril, haya olvidado lo mejor que tiene para ofrecernos. Afortunadamente siguen estando ahí, cientos y cientos de pequeñas salas que a la sombra de los espectáculos masivos todavía pueden brindarnos la experiencia de una buena historia.
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