Mistral y Dana: niñas errantes


Tú no me conoces todavía bien, mi amor. Tú ignoras la profundidad de mi vínculo contigo. Dame tiempo, dámelo, para hacerte un poco feliz. Tenme paciencia, espera a ver y a oír lo que tú eres para mí", le escribió en abril de 1949 Gabriela Mistral.
"Yo me pongo en el viento y en la lluvia tierna, para que éstos, viento y lluvia, puedan abrazarte y besarte para mí", le responde Doris Dana por esa misma fecha.
Estos son fragmentos de cartas entre la poeta y su secretaria personal, que fueron donados al Estado chileno por Doris Atkinson, sobrina de Dana, cuando ésta murió en 2006.
El escritor Pedro Pablo Zegers, conservador de la Dirección Nacional de Biblioteca, se encargó de editar la correspondencia en un libro llamado “Niña errante”.
¿Amor lésbico o maternal? La discusión vuelve a abrirse, pero las cartas dicen, hablan solas, transpiran erotismo y sensualidad. Las cartas cierran.

La discusión sobre la sexualidad de Gabriela Mistral es algo añeja, pero el “descubrimiento” de este material inédito, desata nuevamente la controversia iniciada allá por el 2000. Ese mismo año, Doris Dana, aparece en una revista recalcando que “nunca tuvimos una relación”.
La pregunta que nos hacemos es inevitable ¿podrían, en aquella época, “salir del closet” -como se dice ahora-, cuando la mujer era vista como la ‘ama de casa’, casi asexuada? ¿Cuando la homosexualidad, y mucho más la femenina, era inaceptable y condenada? ¿Cuando el lesbianismo en Chile es altamente repudiado? –y cuánto más en la década del 50-.
Gabriela Mistral y Doris Dana se habían conocido en 1946, dos años más tarde iniciaron una relación epistolar gracias a la colaboración de la poeta en un libro sobre Thomas Mann que Dana ayudó a editar. Doris Dana se convirtió así en secretaria, amiga, albacea y heredera de la autora.
La norteamericana acompañó a la poeta en los últimos diez años de su vida, y no sólo se transformó en la protectora de su obra, sino también de sus secretos. Quizás, solo Dana sabía que aquel verso del poema “Vergüenza” (“Si tu me miras, yo me vuelvo hermosa… /… yo callaré para que no conozcan mi dicha los que pasan por el llano”), era para ella.

La lesbofobia que existe en Chile no pone paréntesis, hablar de la sexualidad de la Premio Nóbel simplemente no encaja. Gabriela Mistral, físicamente, no cumplía con el estereotipo femenino, nunca se casó, y la mayor parte de su entorno era femenino.
En 2001, Francisco Casas anunciaba el proyecto de una película sobre Gabriela Mistral, “La pasajera”, que presentaría a la poeta como lesbiana. Lógicamente, los mistralinos chilenos reaccionaron en masa y pusieron el grito en el séptimo cielo. Volodia Teitelboim, autor de “Gabriela Mistral pública y secreta”, aseguraba que no había pruebas de ello. El alcalde de Vicuña se oponía tajantemente a que en su comuna se filmara una película "que dice que Gabriela Mistral se junta ba con homosexuales". Y Jaime Quezada, director de la Fundación Mistral, negaba también y le restaba autoridad a Casas. Como si la sexualidad de un autor deteriorara o enalteciera su obra.

Muchos de quienes custodian el legado de la poeta, hablan sencillamente de una relación de madre e hija, y apuntan a que estas cartas están siendo desvirtuadas por faranduleros que sólo leen entre líneas. Pero el argumento va a dar contra la pared cuando se escuchan las cintas que Doris Dana grabó, primero en un sistema antiguo de cable y después en cintas magnetofónicas (que acaban de ser digitalizadas), y se oye a Dana decir “De cómo nos hemos juntado, hoy hace siete años, octubre 1, 1948, es lindo, no?” y la poeta responde: “Lindo... Hay que cuidar esto Doris, es una cosa delicada el amor”.
La hipótesis de un amor filial puede ser aceptada en una sociedad represiva como la chilena, y muchos críticos hablan que ese amor es llevado a tal punto de erotización en las cartas, que bien se podría hablar de incesto. Demasiado complicado para decir sencillamente que es amor. Silencio por un lado, y por otro, demasiadas palabras por parte de quienes ostentan las letras en Chile, quienes, con una lógica viril, aseguran que la relación era solo maternal.
Como mujer pública, Gabriela Mistral transitó dos caminos en una misma ruta, uno que favoreció su reconocimiento publico como poeta, y otro, donde no permitió que se entrometieran en su privacidad para que no pudieran criticarla.
No caben dudas de que las recientes cartas publicadas, son cartas de amor. Negarlo solo nos da dos opciones: o no sabemos leer, o no queremos escuchar.

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