Máti *

Por Cristian Figueroa

(La siguiente nota ha sido modificada para su publicación web. Para leerla completa, adquirí la edición impresa de PostaData en sus puntos de venta.)

Una superficie redondeada. Apoyada sobre cuatro aristas cruzadas, puntiagudas, que patas arriba formarían una equis perfecta. La silueta recubierta en cuero, ya baqueteado, con cicatrices, con sombras, con olores. Una doble línea infinita de guiones suspensivos corriendo paralelos a su boca, que luego suben y bajan sin brújula por todo su cuerpo. Se ubican en lugares estratégicos del contorno para cuidar su integridad. El doble punto fortalece su boca generosa, digna de los besos más dulces, o más amargos, según la ocasión.
Si lo giramos hacia un lado, veremos lo mismo, o algo parecido, a lo que si lo girásemos para cualquier otro lado. Un exterior monótono, homogéneo, sin mucha gracia, salvo por su panza bonachona, que sí es bastante graciosa.
Su alto no supera los diez centímetros y su diámetro los setenta milímetros, haciendo que, por su tamaño, sea bastante manuable. Aunque con su parabólica incrustada mide mucho más, eso sí.
En su interior yace el secreto de los aromas sin tiempo, de las charlas sin palabras. Un misterio de rituales, de rondas y fogones, de tiempos inmemoriales. En su interior se mezcla todo, en un sin fin de zarandeos, desde el amanecer hasta el crepúsculo.
Boca adentro, cuando todo está vacío, las venitas como ríos se dejan ver, juguetean dispersas en el fondo, respirando el sabor de la calabaza fresca. Hasta que alguien las tapa con hojas, y palos, y polvillo, ahogándolas en la espuma caliente de una madrugada. Y luego, introducen el metal frío, perforado en una punta y achatado en la otra, que funciona como jeringa, como puente hacia gargantas sedientas. Y también hambrientas, por qué no.
Ahora su interior está lleno. Se rebalsa. El metal frío ahora esta caliente. Se inclina hacia un lado, luego hacia el otro. Como una antena busca la mejor posición para que el resultado sea el más optimo, para que las sonrisas se dibujen en los rostros.
La amarga infusión comienza la ronda. Los cuerpecitos se van calentando, el corazón compartiendo. Un cimarrón, un dulzón, alguno con limón o naranja, algún otro con hierbas. Diferentes formas de servirlo y llamarlo. Todos serán bien recibidos porque es la amistad y la unión entre individuos lo que trasmite.
Mate viajero, aunque tu presencia es perpetua en América del Sur, has estado por todo el mundo sin chistar. Podríamos trazar tu huella: Paraguay, Litoral, el Río de la Plata y sus dos orillas. El lugar que elegiste para nacer y quedarte.

Máti: «calabacita» en quechua. Posible origen etimológico de la palabra mate.

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