Los anteojos mágicos

Por Cristina Passarelli

(La siguiente nota ha sido modificada para su publicación web. Para leerla completa, adquirí la edición impresa de PostaData en sus puntos de venta.)

Había una vez una niña que vivía en una gran ciudad, en realidad ese era su lugar circundante, pero ella vivía en su propio mundo, en su maravilloso mundo, lleno de fantasías y hermosos sueños, enmarcado con mucho amor.
La niñita fue feliz hasta que un día alguien dijo que tenía que ir a la escuela. A pesar de que esto le disgustaba, y mucho, tuvo que aceptar las reglas del juego ya que no le quedaba posibilidad de elegir. Esto significaba salir de sus fantasías para ir al mundo real, en el cual ella no estaba cómoda.
Así fue como entonces, inmediatamente comenzadas las clases, alguien dijo:
-¡Debe usar anteojos! Dado que no estaba cumpliendo con las reglas del buen escribir, y todo lo que se veía en su cuaderno, era confuso y borroso. Sus escritos parecían jeroglíficos antiguos ¡Hermosas manchas de colores! Así era como ella veía las cosas, pero esto a nadie importaba, solo era lindo o feo, solo eran manchas sin significado alguno, dejando a la maestra en evidencia de que su clase no era demasiado interesante.
Sin embargo, había que usarlos, demasiada gente involucrada, demasiada para una sola niña; la cual no seria aceptada si su cuaderno seguía siendo una gran mancha al mejor estilo Picasso.
¡Y llegó el gran día! De la misma forma en que se probaba un vestido, se probaba unos anteojos.
Se sentían muy mal y se veían peor, sin elección de colores o cristales. Así fue que salió a la calle con esos aparatejos puestos que representaban el comienzo de un largo camino por descubrir...
Calzados ya con ellos, comenzó a percibir y escuchar varios comentarios acerca de los mismos: -¡Que pena ocultan sus ojos! ¡Impiden admirar sus largas pestañas! ¡Es mejor que se los saque para pasear y los use solo en casa, donde nadie la vea!
De esta manera los monstruos de la sociedad, los gigantes, no se sentirían incómodos.
Resultó entonces que educada y silenciosa, cada vez que salía se sacaba los anteojos porque le hicieron creer que su cara se vería más hermosa, clara y despejada.
Pero sin embargo, supo descubrir en estos horribles armazones, las escapadas necesarias para reencontrarse con aquel mundo que en algún momento, solo en algún momento, había tenido que abandonar.
Y creció, y éstos fueron su refugio. A través de ellos se ocultaba y jugaba con imágenes que se reflejaban en sus cristales mientras los profesores de secundaria dictaban sus largas y pesadas clases en las que ella ni sabia de lo que estaban hablando.
También, en otros momentos fueron sus peores enemigos.
Pero no pudo desprenderse de éstos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuando leí este cuento sentí que hablaban de mí. Si bien nunca use anteojos, durante mi infancia vivia en un mundo aparte, resguardado de mi alrededor; hasta que a la fuerza me sacaron de allí para ser parte del mundo "normal".
Que bueno hubiera sido tener unos anteojos magicos para ver todo distinto y más divertido.
Mis felicitaciones a la autora que consiguió emosionarme.
GP