¡Ojo, no te frotes en los colectivos!

El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, DSM) de la Asociación Psiquiátrica de los Estados Unidos (American Psychiatric Association) clasifica “trastornos mentales” desde categorías diagnósticas. Así, tanto la actividad clínica como la investigativa de las ciencias de la salud procuran estudios para proponer tratamientos para esos distintos trastornos mentales, sin reflexionar necesariamente sobre la legitimidad de sus categorías diagnósticas. La edición vigente del manual es la cuarta (DSM-IV). A su vez, ya está pautado un calendario de investigación que tiene como fin la redacción y publicación del DSM-V, que también mantiene un carácter polémico sobre su uso diagnóstico. Según una entidad productora del saber público de sentido común, Wikipedia, la Organización mundial de la Salud (OMS) recomienda el uso de otro sistema internacional denominado CIE-10 (Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y otros Problemas de Salud, o International Statistical Classification of Diseases and Related Health Problems), de uso generalizado en todo el mundo. El capítulo “Trastornos sexuales y de la identidad sexual” del DSM-IV tiene su correlato en el capítulo V “Trastornos mentales y del comportamiento” de la CIE-10, específicamente en “Trastornos de la identidad sexual”, “Trastornos de la inclinación sexual” y “Trastornos psicológicos y del comportamiento del desarrollo y orientación sexuales” en “Trastornos de la personalidad y del comportamiento del adulto”. La homosexualidad fue eliminada del DSM-IV en 1973 y la transexualidad el 17 de mayo de 1990, que fue declarado “Día Internacional contra la Homofobia y la Transfobia”.
Sin embargo, la “disforia de género” sigue siendo un diagnóstico del DSM-IV con el que se sigue evaluando la transexualidad, el travestismo y/o la transgeneridad. A su vez, en los apartados citados de la CIE-10 se clasifican extensamente una serie de prácticas sexuales como indicadores de patología que incluye tanto la homosexualidad como la transexualidad, el travestismo y/o la trangeneridad. Por ejemplo, se explica un “trastorno de la maduración sexual” que indica que “el enfermo tiene una falta de claridad sobre su identidad genérica o de su orientación sexual, que le produce ansiedad o depresión. Este trastorno se presenta con mayor frecuencia en adolescentes que no están seguros sobre si su orientación es homosexual, heterosexual o bisexual [nótese que deberían estar seguros, definidos, estables en su decisión, elección o asimilación/aceptación de lo que cada quien haya descubierto de sí misma], o en individuos que después de un período de orientación sexual aparentemente estable, a menudo tras una larga relación de pareja, encuentran que su orientación sexual está cambiando”.
Lo que se termina por entender al leer estos textos es que, finalmente, como ya lo explicó largamente Foucault, todo aquello que no responda a las expectativas sociales en un sujeto termina siendo el síntoma de un diagnóstico psiquiátrico o psicológico que legitima la “necesidad” de corregir a ese individuo en el ejercicio libre de su singularidad que radica fundamentalmente en el modo en que usa su cuerpo y acata o no las normas sociales establecidas. Ya no se lo encierra, ahora se lo diagnostica y se lo trata, se lo corrige. Prueba de esto es el apartado “Otros trastornos de la inclinación sexual” del CIE-10 que en su primer párrafo explicita: “Se incluyen aquí diferentes formas de inclinaciones sexuales y actividades consiguientes que son todas ellas relativamente poco frecuentes. Entre éstas están el hacer llamadas telefónicas obscenas, el frotarse contra otras personas para conseguir una estimulación sexual (...)”.

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